Tres sujetos moteados pintan, con rodillos de varios metros de alto, el techo de un puente en circuito interior.
Un señor de mediana edad conduce en el carril central de periférico una motocicleta achaparrada de tres llantas, salpicaderas grandes y faros encendidos. El artefacto gris vibra junto con su conductor, quien porta lentes obscuros, gorra negra y una playera de la selección mexicana.
Una chica de 23 años aproximados en un auto casi último modelo viaja en el carril de baja velocidad a alta velocidad. El copete de cabello castaño le cubre toda la frente, las gafas obscuras que porta le cubren otra gran parte de la cara. Maneja inexpresivamente, aventando el brillo de las pequeñas joyas de fantasía que destellan incrustadas en sus lentes obscuros.
La escultura monumental, azul y circular, pieza de la ruta de la amistad, yace inerte caldeada por el sol del medio día sobre el camellón.
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